jueves, 28 de agosto de 2014

El hechizo de la reina

- ¿Pretendes doblegarme? ¡Insensata! Conquisté tierras por todos los mundos surcando los siete mares. Con mi inmenso poder convertí a mis enemigos en cucarachas encerrándolos como trofeos en jaulas de cristal, ¿osas compartir celda con ellos? ¡Ingrata! Te rescaté de monstruos y de piratas, te hice mi reina y ¿quieres derrocarme? ¡Infame! Nos batiremos en duelo si así lo deseas pues nunca existió guerrero ni magia en este universo capaz de acabar conmigo porque soy el Señor de los Hechiceros.- dije apuntándola con mi cetro.

- ¡Qué te duermas!- conjuró mi malvada reina.


- Sí mamá.- balbuceé cayendo en un profundo sueño.


sábado, 16 de agosto de 2014

Panorámica


     Cuando llegó a lo alto sólo pudo mirar a su alrededor. Echó incluso la vista atrás. Miró hacia bambalinas viendo todo a lo que había renunciado, a todo el sufrimiento pero inmediatamente miró a la sala y ahí vio su recompensa. Una de las mayores de su vida.


     Estaba sobre el escenario más majestuoso jamás conocido donde muy pocos han podido llegar. La iluminación de la candileja era el atardecer más Jermoso que había visto nunca. Tomó a pequeños tragos oxígeno intentando recuperar el aliento. Acababa de interpretar, hasta la fecha, una de las más grandes obras de su carrera. Uno de sus mayores ascensos. Con esa obra enfrentó sus más terribles temores y también aprendió a amar y a olvidar el odio de todo lo que en su camino se cruzó.

     
    La orquesta le dedicó un concierto por su increíble representación, el susurro del viento silbando entre cada una de las rocas con la percusión de los más pequeños hierbajos chocando entre sí. Respiró profundamente dejándose envolver por aquel maravilloso sonido.


     Se acercó lentamente al proscenio para poder sentir la inmensidad del momento mientras cerraba sus ojos. Notó, por unos instantes, la inmortalidad.


    Ya en el borde abrió de nuevo los ojos para ver a su imponente público y gozar de sus aplausos en forma de canto de chovas piquigualdas. Como todo buen artista, dedicó una reverencia hacia los palcos donde se hallaba su público más destacado como eran Doña Peña Santa de Castilla al frente o a Don Friero a su izquierda. También se permitió el lujo de lanzarle unos besos a Doña Palanca porque sabía que la conquistaría a la mañana siguiente aunque lo mirara receloso Don Torre del Llambrión.


     Después del gesto de aprobación de los más importantes de la sala dirigió su mirada a la platea. Les dedicó igualmente una reverencia y saludó, con especial cariño, a los que se había encontrado en su increíble camino y con los que había hecho una gran amistad como Pablo con su delantal. Incluso se quitó el sombrero cuando vio en el gallinero a su amigo Rupicapra.


     Las luces de las candilejas se fueron apagando poco a poco y el telón, ese inmenso mar de nubes, fue cerrando la preciada estampa.


     Pasaron los años y el virtuoso artista representó obras excepcionales en teatros muy reconocidos internacionalmente. Siguió maravillándose con sus estupendos públicos pero algo en su interior le hacía siempre recordar que donde dejo el corazón fue siempre en el Macizo Central.


     Acudió de nuevo al Teatro de la 20 con la 64 por la calle de Asotín para recuperarlo. Cuando pisó el escenario de feldespato, cuarzo y mica; miró impactado a la sala. Todo su público estaba allí reunido para ovacionarle. Sintió una presión en su pecho al verlos a todos de nuevo. Lloró de felicidad. Fueron tantas sus lágrimas que fue esta vez Doña Palanca la que lo quiso besar y fue justo ahí cuando se dio cuenta, como muchos de nosotros, que cuando ese tremendo Collado te deja conquistarlo, el corazón le regalas como moneda de cambio.


martes, 12 de agosto de 2014

¿Y si fuera posible?

    Aquí estoy de nuevo como cada jueves bebiéndome la vida en cubalibres en este miserable bar. Algunos en los dardos, entre el humo de sus cigarros, intentan atinar a la diana. Otros se gritan en la barra por los resultados del mundial. Y por último, los más desinhibidos bailan en el centro poseídos por el momento y algún que otro excitante de la tapa del retrete.

    Miro como contonean sus cuerpos, sobre todo ellas, al ritmo de la música. En concreto a Laura, una chica de veinte años que viene desde hace unas semanas. ¡Cómo consigue evadirse por unos instantes de la realidad! Me encanta. ¡Cómo seduce a las personas, descaradas como yo, que sólo la miran buscando alimentar sus más básicos deseos! Es un ángel de pelo negro y unos enormes ojos violeta que jamás se fijarían en alguien como yo. 

    No me lo puedo creer. Me ha mirado. He apartado mis ojos de ella y estoy mirando mi copa. ¿Cómo es posible que se haya fijado en mí? Mis manos empiezan a temblar y un escalofrío me recorre el cuerpo. Vuelvo a mirar, tímidamente, para comprobar si me sigue mirando pero ya está otra vez bailando, sensualmente, con una amiga.

    No puedo pasarme todas las semanas esperando este día para verla bailar unas horas. No puedo continuar emborrachándome buscando el momento adecuado para hablarla, para decirle quizás algo tan típico y estúpido como “Hola, ¿qué tal? ¿Eres nueva? Te llevo viendo unas semanas por aquí y me pareces muy interesante” porque da miedo que alguien como yo te diga algo así. No puedo pensar que tengo la posibilidad de tener lo que el resto porque no es así. No debo hacerme ilusiones de poder formar parte de su vida, de tocarla y besarla; de conocer sus sueños y sus miedos; de estar con ella cuando se siente sola y perdida como me siento yo ahora; y de compartir todo con ella y construir algo enorme a su lado.

    ¿Por qué para de bailar? Viene hacia mí, ¿qué hago? Mi corazón va a estallar. La miro fijamente mientras se aproxima. Su caminar es imponente y sus piernas preciosas. Mientras camina, se sacude el pelo con ambas manos y me vuelve a mirar. Me sonríe.

    Estoy a punto de sufrir un infarto. ¿Y si viene a hablar conmigo? ¿Qué le digo? ¿Y si está ofendida por mirarla tanto durante tantos días? ¿Y si viene a pedirme que la deje en paz porque se ha dado cuenta que sólo voy cuando ella está? ¿Qué hago? Seguro que piensa que soy un bicho raro. Entonces, ¿por qué me sonríe? ¿Y si sí se ha fijado en mí? ¿Habré despertado su curiosidad? ¿Habrá notado que es ella lo que más he deseado estas últimas semanas? ¿Sentirá, quizás, ella también algo por mí? ¿Y si le gusto y está buscando mi atención? ¿Y si estas últimas semanas ha bailado para mí? ¿Y si sí me va a corresponder? ¿Y si fuera posible?

    Ya está delante de mí. Me retira el cabello de la oreja y me dice: “Hola, ¿qué tal? ¿Eres nueva? Te llevo viendo unas semanas por aquí y me pareces muy interesante”.




sábado, 9 de agosto de 2014

Lapsus

- Para y estira las piernas.- dijo Eva recostada en el asiento del copiloto. 

- No, prefiero llegar del tirón.- contesté. 

- ¡Qué terca eres! A ver si vamos a tener un accidente.- replicó la prudente. 

    Eva siempre ha sido muy mal agorera pero la quiero igual. Ese día estábamos muy cansadas y necesitábamos llegar a casa a dormir. El fin de semana había sido bestial. Apuré tanto la diversión que sólo íbamos a dormir una hora antes de ir a trabajar. Estaba agotada pero había merecido la pena. Nunca había bailado ni reído tanto como en esa fiesta. Creo que fue el fin de semana más feliz de toda mi vida. Lo habíamos pasado genial en el festival pero fueron muchos días sin dormir. 

    Continué conduciendo y al cabo de una hora noté que mis ojos querían cerrarse. Abrí la ventanilla y fumé un cigarro. Eva estaba roncando. Me mantuvo alerta varios minutos pero llegó un punto en el que me derrumbé. No recuerdo bien el momento. Sólo recuerdo levantar mi cabeza del volante y estar parada en la cuneta rodeada de árboles. Me asusté. Giré la cabeza para ver a Eva y ahí estaba, profundamente dormida. 

    La desperté agitándola y pidiéndola disculpas por no haber seguido su consejo. Comencé a llorar. Ella, muy alarmada, se despertó. La espanté con mi reacción. 

- Cálmate. Estoy bien. Estamos bien. No ha pasado nada.- dijo abrazándome. 

    La devolví el abrazo y después me ofreció un cigarro y un trago de café del termo. 

    Cuando nos relajamos, decidimos salir a dar un paseo y refrescarnos. Eva metió en su mochila el tabaco, el termo y media botella de agua que quedaba. Yo cogí la guitarra y me puse el frontal. Bajamos del coche y lo cerré por si tardábamos en volver. Faltaban pocas horas para el amanecer. Al alejarnos del coche escuchamos un sonido estremecedor. Encendí el frontal e iluminé el coche. Se lo estaba tragando una raíz gigante y todo a nuestro alrededor estaba cambiando de apariencia. 

    Nos pegamos espalda contra espalda gritando y pidiendo auxilio. Una luz azul cegadora empezó a envolver todo, fue cambiando a verde y más tarde a rojo. Cambiaba cada vez más rápido. Eso era aún más aterrador. De pronto, el suelo se volvió cristal negro y podíamos vernos reflejadas. Era insólito. Nos agarramos fuerte de las manos y volvimos a abrazarnos. Eva me dijo lo mucho que me quería con la cara llena de lágrimas y cuando quise decirle lo que sentía, un fuerte ruido empezó a inundar todo. Parecían voces humanas. Grité pero Eva me hacía un gesto de negación porque no le llegaba el sonido de mi voz. Nos arrodillamos tapándonos las cabezas. El ruido era cada vez más fuerte y se entremezclaba con golpes metálicos completamente sincronizados como si una tribu estuviera haciendo un ritual para violarnos o devorarnos. 

    Cesaron las voces de personas pero los golpes no. Miré a Eva a los ojos. Me iba a levantar. Necesitaba saber que estaba pasando. Ella me agarró de los brazos y se empezó a incorporar conmigo. Estábamos muertas de miedo. Nos pusimos de pie y nos giramos. Puse mi mano sobre mi frente como si fuera una visera intentando ver algo que se movía al compás de los golpes en la cegadora luz. Agarré mi guitarra para poder defendernos. Avanzamos hacia esas figuras con pequeños pasos y de pronto todo se apagó, incluso el frontal. Se quedó todo a oscuras y en silencio. Palpé a mi derecha para encontrar a Eva. Me dio la mano y se la apreté con todas mis fuerzas. 

    Una pequeña luz blanca iluminó mi guitarra. Tenía miedo y no entendía lo que ocurría. Comencé a tocarla. Una suave melodía para que no pensaran que era un arma y evitar que nos hicieran daño. Eva se puso a cantar de una forma muy dulce. En ese momento, otra luz la enfocó a ella y nos asustamos tanto que chillamos. Un conjunto de voces y aplausos estalló en ese momento. Regresaron las luces cegadoras y nuestra apariencia también había cambiado. Eva llevaba un traje de cuero negro ajustado y unas botas de, al menos, quince centímetros. Su rostro estaba completamente blanco excepto sus ojos delineados perfectamente en negro y sus labios completamente rojos. Yo noté una presión en mi pecho. Tenía un corsé blanco, una minifalda con vuelos y unas medias de red. 

    Miramos al frente y pudimos ver a miles de personas vitoreándonos. Comenzó un solo de bajo y me vi en la obligación de acompañarlo con la guitarra. Una increíble batería empezó a seguirnos y Eva comenzó a cantar de nuevo pero esta vez sacó su parte más heavy. Era una maldita locura. Estábamos dando un conciertazo ante miles de personas en un lugar que no conocíamos pero lo estábamos gozando. Saltábamos sobre el escenario cantando y gritando. La gente nos aclamaba. Muchos lloraban estirando sus brazos hacia nosotras. Se apelotonaban en la primera línea donde los guardias de seguridad evitaban que se pudieran acercar. Eva y yo nos miramos. También habíamos sido fans. Retrocedimos unos pasos y nos dimos la mano. Cogimos carrerilla y nos lanzamos hacia el público. 

- ¿Vas a hacerme caso y a parar un rato? De todas formas llegaré tarde a trabajar.- dijo Eva despertándome del pequeño letargo. 

- Tienes toda la razón. Vamos a ver el amanecer y a tocar un poco.- le contesté aparcando el coche.


A Ruth Fernández García, la mejor persona y mi mejor amiga (1979 - 2016)

Parsimoniosis

     El mundo está muy enfermo. Va a ser difícil quitarle este gran mal. El mundo padece algo que he convenido llamarlo "parsimoniosis".

     La parsimonia, según la primera definición de la R.A.E., es: Lentitud y sosiego en el modo de hablar o de obrar; flema, frialdad de ánimo.}


     El sufijo -sis procede del griego: En medicina principalmente, significa 'estado irregular' o 'enfermedad'. Suele ir precedido de e, a y, con mayor frecuencia, o.


     Pues bien. He llegado a la conclusión de que, para erradicar todos los problemas del mundo, tenemos que curar a parte de la sociedad de esta enfermedad.


     Para poder hacerlo hay que averiguar las causas y para ello necesito obtener mucha información sobre los síntomas de este horrible mal. He recogido ejemplos de seres humanos que he ido observando a lo largo de mi vida.

Sintomatología:

He comprobado que se ha extendido a lo largo de los años muy rápido y a un nivel internacional. De ahí que lo haya clasificado como pandemia.

Sujeto número 1: Personal de instituciones públicas.
La persona presenta cansancio. No levanta la mirada, curiosamente vacía, de la pantalla. Sus pasos son arrastrados. Al cabo de unos días he retomado la observación y no ha habido ningún cambio en su actitud. Sigue deprimido, como sin vida y funcionando mecánicamente. Me sorprendió el tercer día puesto que no me ha dicho ni buenos días teniendo en cuenta que a estas alturas ya debería resultarle conocida. Síntomas: fatiga, vista cansada, posibles vértigos, dolores óseos y pérdida de memoria.

Sujeto número 2: Personal de algunos comercios de comida “rápida”.
La persona pronuncia los mismos sonidos articulados constantemente. Son oraciones interrogativas coherentes pero se repiten con el mismo tono e intensidad. Continua masticación de chicle. Un rasgo común al sujeto número 1 es la mirada vacía y el arrastre de los pies. Le doy información incoherente a sus preguntas y repite de nuevo su pregunta con el mismo tono e intensidad. Síntomas: fatiga, vista cansada, posibles vértigos y dolores óseos al igual que el sujeto anterior. Aparecen nuevos, la halitosis y falta de comprensión verbal.

Sujeto número 3: Padres y madres come-pipas.
La persona está en una cafetería con otras personas que padecen la misma enfermedad y curiosamente todas tienen ahí a sus hijos. Ninguna de ellas presta atención a los niños los cuales muestran una enfermedad contraria a la parsimoniosis. La persona no muestra interés hacia otras personas que protestan por el comportamiento de su hijo. A dos metros de distancia tiene una papelera y aun así, tira las cáscaras al suelo. Se cuela en la cola alegando que tiene un hijo (al que antes nunca hizo caso) y, por lo tanto, más prisa. Una vez ha llegado al primer lugar de la cola se queja por algo e intenta regatear el precio alegando de nuevo que tiene un hijo. Síntomas: fatiga, vista cansada, pérdida de memoria, falta de comprensión verbal, falta de percepción espacial, psicopatía y sociopatía.

Sujeto número 4: Familiares/amigos mayores.
La persona me ha contado en un mes la misma historia unas mil veces al igual que el sujeto número 2. También la he interrumpido con comentarios incoherentes y continúa contando la historia con los mismos detalles, el mismo tono y la misma intensidad. No me deja abandonar el domicilio sin haber comido grandes cantidades de comida y sin coger una chaqueta por si refresca. Recurre al chantaje emocional para intentar manipularme. Síntomas: Los del sujeto número 1, 2 y 3.

     Cabe destacar que el comportamiento y síntoma más común es que estas personas forman grandes colas en cualquier establecimiento, local, empresa,....


     Las causas son, por el momento, completamente desconocidas. Continúo trabajando en ello para evitar su propagación.


     Como curiosidad he encontrado la cura de forma casual. Igual que Percy Spender al derretírsele el chocolate en su bolsillo. En primer lugar es necesario un objeto contundente (extintor, bate de beisbol,...). Hay que localizar un punto estratégico y alto (sobre una mesa, silla,...). Fijar la mirada en la persona afectada y pronunciar las siguientes palabras en el orden en el que están escritas. Es fundamental hacerlo en voz alta y con mucha seguridad. Si se carece de una potente voz es mejor utilizar un megáfono. La clave se encuentra en poner énfasis en las palabras que pondré en mayúscula:


“Pero, ¿qué PUTA MIERDA es está? ¿Por qué COÑO no espabilas tu PUTA CARAJA? ¡Parece que en vez de SANGRE, tienes HORCHATA en tus venas! ¡Me tienes hasta los COJONES! ¡Eres un MALDITO inadaptado que sólo consigue retrasarnos a todos! El mundo sería mucho mejor sin CABRONES como tú. Medita la posibilidad de meterte un PUTO TIRO y librarnos así a todos de tu JODIDO desprecio por la vida.” 


     Es importante terminar con un duro golpe sobre el suelo con el objeto contundente.


     Si alguien encuentra una cura menos invasiva u otro remedio más diplomático háganmelo saber. Mi dirección es la siguiente:


Centro Penitenciario Madrid V (Soto del Real)
Ctra. Comarcal 611, km 37,6
28770 – Soto del Real (Madrid)
Bloque 3, Celda 102

viernes, 8 de agosto de 2014

El hombre que, con una manzana, robaba besos a las cabras.

    Existe una tradición muy peculiar que consiste en hacer bailar a los caballos. Comienza la música y con señales acústicas en forma de silbido procedentes de un ser humano, el caballo comienza a dar saltos al compás de la melodía. Suena bonito, ¿verdad? Pues no lo es. Cuando entiendes y comprendes el proceso para que un animal haga algo tan antinatural para él como es bailar, no resulta tan divertido.


    El problema de que mucha gente continúe haciendo daño a los animales es porque nadie ha logrado cambiar la percepción de los abusadores y de aquellos que lo ven y permanecen impasibles. Podrán imponer penas pero cuando paguen su sanción o salgan de prisión, volverán a maltratar a los animales porque en la mayor parte de los casos es por ánimo de lucro. Hay muchos ejemplos: la tauromaquia, peleas de perros, peleas de gallos, contrabando, la persistente necesidad de tener animales salvajes en un domicilio por parte de verdaderos idiotas que enriquece a quien los vende,....


    Hay personas que no parecen personas porque su humanidad es exageradamente mayor que la del resto pero, sin embargo, parece que carecen de ella. Se pueden mezclar con todo tipo de personas porque pueden parecer inhumanos y también, las personas más maravillosas del mundo. Son los encantadores. ¿Por qué encantadores? Porque todo lo encantan. Viven en simbiosis con el universo completo. Siempre hallan el equilibrio en todo. No se dan a conocer teniendo ese tremendo don por eso casi nadie sabe de ellos. Yo una vez descubrí a uno.


    Hablar mediante silbidos es un arte. Muy pocas culturas pueden hacerlo y fue resultado de lo lejos que se encontraban las casas en las aldeas. Para pedir cualquier cosa a sus vecinos los gritos eran algo molestos y es por lo que empezaron a silbarse. Con el tiempo, cualquier palabra o frase iba adquiriendo su traducción en silbidos.


    El encantador vivía con este pueblo. Era inteligente y por eso era uno de sus mejores silbadores. Era respetado pero a la vez, invisible. Nadie conocía su origen. Él aparecía entre los árboles y por el mismo lugar se marchaba.


    La primera vez que lo vi me resultó gracioso. Estaba apoyado en la valla de un camino que impedía que se escaparan las cabras de un pastor. Llevaba un palo enorme y un sombrero de paja. Nos cruzamos en el camino y me miró de reojo. Miré al suelo y a los pocos segundos me volteé por curiosidad. Me quedé perpleja mirándole. Se puso una manzana en la boca, se subió a la valla y se inclinó hacia adelante. Inmediatamente, una de las cabras fijó la mirada en él y se lanzó a sus labios como si de una historia de amor se tratara. Era obvio que la motivación era la manzana pero aun así fue muy divertido y estallé en una carcajada. Me dí la vuelta y continúe mi camino. El Encantador me siguió por dentro de la valla durante unos pocos pasos. Volví la mirada y comprobé que la cabra lo seguía como hipnotizada.


    Maestro era un hombre mayor que se encargaba de entrenar a Andares, el caballo más elegante que he visto en mi vida. Su piel tenía el mismo brillo que la luna y hacía que se viera plateado como si en algún momento fuera a batir sus alas y a emprender el vuelo. Todo a juego con su crin que comenzaba grisácea hasta llegar al blanco nuclear. Un ejemplar maravilloso.


    Me senté sobre la hierba bajo la sombra de un durazno. De frente vi tres troncos clavados en el suelo formando un triángulo. Allí llevaron a Andares y le ataron al bocado las tres sogas que lo sujetaban a los tres palos. Maestro se colocó en uno de los laterales traseros de la bestia con una vara. Otro hombre hizo lo mismo por el otro lado. Comenzaron a vocear y a silbar mientras daban varazos en la patas del caballo. Me sobresaltaba con cada golpe. Fue espantoso. No me atreví a intervenir y evitar la salvajada que estaban haciendo. No tuve valor. Sólo miraba hacia otro lado o cerraba los ojos.


    Cuando acabó la paliza el Encantador apareció entre los árboles. Andares estaba completamente sudado y posiblemente muerto de sed así que lo llevaron cerca del abrevadero para bañarlo. Me ofrecieron hacerlo y me acerqué por el sentimiento de culpabilidad de no haber impedido tremendo abuso. Le froté la piel notando los calambres que aún le daban y le enjaboné la crin. Me acerqué a su rostro y lo miré a los ojos. Él desvió su mirada y me dio a entender su odio hacia mí por no haberlo ayudado. Me sentí la persona más malvada del mundo.


    El encantador se acercó con un saquito de azúcar. Se echó un poco en la mano y llamó a Andares: ¡Oh! ¡Andares! Tranquilo Andares.-


    El caballo se le acercó y lo miró. Fue el único destello brillante que vi en su mirada ese día. Creo que con el Encantador se sintió, al menos por unos minutos, a salvo y feliz.


    Pasaron los días y no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. Seguía sintiéndome mal por no haber hecho nada para ayudar a Andares. Me invitaron a ir a una lunada y me pareció muy buena idea porque llevaba noches sin dormir y necesitaba evadirme de aquel horrible sentimiento de culpabilidad.


    Compramos la comida y la bebida, cargamos nuestras mochilas y nos reunimos para concretar un lugar adecuado. Apareció de pronto el Encantador que se sumó a la excursión. Recomendó subir a un cerro desde el cual íbamos a poder ver una noche preciosa. Nos pareció bien a todos y comenzamos la ruta.


    Llegamos a lo alto del cerro y empezamos a preparar el fuego y la comida. Mientras cenábamos, observamos el cielo. Estaba completamente estrellado. Se distinguía a la perfección cada una de las constelaciones. Era maravilloso y una gran evasión de lo que en los últimos días había inundado mi mente. De vez en cuando se dejaba caer alguna estrella fugaz. Fue muy curioso que convergieran cerca de Pegaso que me devolvió mi terrible sentimiento.


    El encantador puso sus brazos sobre su cabeza simulando estar atado. Comenzó a levantar sus piernas imitando el baile que obligaban a hacer a Andares mientras silbaba y voceaba. Nos preguntó: ¿Qué sentirá Andares cuando le obligan a hacer esto?.-


    Todos los que allí estábamos nos quedamos en silencio. Algunos miraban al suelo y otros, a su alrededor pensativos. Nuestros rostros tornaron a un aspecto más triste y reflexivo. Nos cambió la percepción esa imagen y esa pregunta. El Encantador comenzó a silbar mientras miraba el fuego. Lo miré y me devolvió la mirada. Me sonrió y me guiñó un ojo. Fue justo ahí cuando entendí que iba a recordar siempre aquellos varazos sobre el cuerpo de Andares, aquellos calambres mientras lo bañaba y aquel desvío de su mirada cargada de odio hacia mí.


    El juez que reafirmó mi condena pero a la vez aseguró que no hubiera reincidencia, ese es el Encantador.