jueves, 29 de enero de 2015

Toda una vida detestaría contigo III

- ¡Oh! Sí, mi amor. ¿Así? ¿Quieres más? ¡¿Sííí?! ¡¿Quieres que mami te de más?!

- ¿Y eso?

- ¡Ay! Disculpa. De tanto fingir contigo, ya me sale solo. ¿Así o te sirvo más estofado?


Ilustración de Suzanne Woolcott



viernes, 23 de enero de 2015

Toda una vida detestaría contigo II

      Hoy he muerto. Estoy ascendiendo cuando siempre había pensado que, en el caso de existir algo, iría directa al infierno. Hay esponjosas nubes y unos rayos dorados me están envolviendo. Me está agobiando un poco tanta celestialidad. Parece el ascensor de un hotel de lujo pero con música más exasperante si cabe. Si lo llego a saber hubiera pecado más. Parece que no fue suficiente el echarle veneno para ratas en las comidas y fingir los orgasmos. 

      ¡Por fin! Alguien me recibe.

- Bienvenida al cielo, soy San Pedro - me dice un señor con vestido blanco meneando entre sus dedos unas llaves.

      Me mira, me sonrie, saca de un baúl unas alas y me las cuelga en la espalda.

- Ahora, ¿seré un ángel? - pregunto extrañada.

- Sí, te lo has ganado - responde.

- Creo que se equivoca conmigo, he intentado en multitud de ocasiones matar a mi marido sin éxito, no lo merezco - digo extrañada.

- Sí hija mía, lo mereces más que nadie por soportarle - .

Ilustración de Suzanne Woolcott



domingo, 18 de enero de 2015

Toda una vida detestaría contigo I

- Cariño, ¿recuerdas cuando te decía al comienzo que eras lo mejor de mi vida, lo que más había querido, que sin ti no podría ya vivir y que te habías convertido en todo mi mundo por lo que haría lo que fuera para estar contigo siempre y tú me decías que si yo estaba loca?


- Lo recuerdo como si fuera ayer, mi amor.


- Pues tenías razón, estaba loca.

Ilustración de Suzanne Woolcott

viernes, 16 de enero de 2015

El lamento de una piedra


Quise romper la mañana a pedradas
pero fue muy tarde y rompió a llover.
Tu nombre ululaba reclamado por rendijas
y, con las mismas piedras, las tapé.

¡Quién fuera simple mortal en tu mundo
para gozar a diario de tu ingrata sonrisa!
¡Quién fuera tu sueño en las noches
para aliviar las pesadillas que te acosan!

Quise desnudarme en tus lamentos
pero fue tu caricia entorpecida y basta
la que envistió a mi locura desatada
y, con los mismos llantos, la calmé.

¡Quién fuera simples llaves perdidas
para ser rebuscada por los rincones!
¡Quién fuera pensamiento que aturde
para disolverme dejándote libre!

Quise decirte ¡joder, que te quiero!
¡No te vayas! ¡Quédate aquí conmigo!
Y a mi lado descansa tranquilo 
olvidando cualquier pena.

Quise decírtelo porque por ti, 
solamente por ti, vivo
pero por ti también 
estoy lentamente muriendo.



jueves, 15 de enero de 2015

martes, 13 de enero de 2015

Sístole y diástole

    El tictac de aquel insoportable reloj acompasaba con el frenético bombeo de mi corazón. Ella me miraba fijamente sin dejar de moverse, de contonear su cuerpo a horcajadas sentada sobre mí. Me arañaba y se mordía ligeramente su labio inferior. 

    Deslicé mis manos sobre sus pechos y me sonrió. Aceleró el movimiento de sus caderas, rodeó con sus delicadas manos mi cuello y gimió como si estuviera poseída. Noté su calor deslizándose entre mis muslos y estallé en un inmenso placer dentro de ella.

- Te amo - susurré dejando escapar de mis ojos una pequeña lágrima mientras ella me daba mi ropa y mis botas. 

    Me miró de nuevo con sus enormes ojos de gata y me dijo - Debes irte. Se acabó la hora y tengo más clientes -.


jueves, 8 de enero de 2015

Caricia de blues

- Has cambiado - le susurré entre lágrimas separando sus manos de mí.

- No es verdad, soy el mismo de siempre - me respondió sentado en la cama y agarrándome de nuevo con fuerza por la cintura. 

    Acercó mi cuerpo a su boca para descender sensualmente con sus húmedos labios, cargados de cálidos besos, poco a poco, desde mi ombligo sin dejar de enfocar su fóvea en el interior de mis pupilas buscando disolver mi rayo azul y seduciendo de nuevo a mi alma.

      Me volví a soltar de él suavemente y le di un un beso entre los remolinos de su pelo iluminado por la luz de neón que entraba por la miserable ventana. Metí mi guitarra en la funda y le miré por última vez.

Tienes razón, perdóname. La que ha cambiado soy yo - le dije de espaldas abandonando medio desnuda la habitación del motel.



martes, 6 de enero de 2015

Tres condenas de la Muerte

Hay esperas insoportables que se hacen eternas y esperas eternas que son insoportables. Todos estamos condenados.

- Disculpe, ¿es usted la última? – me preguntó una mujer de mediana edad en aquella horrible sala de espera.

Era amable y olía a perfume caro. Seguramente ella iba a recoger algún análisis y le pondrían una dieta para bajar el evidente colesterol que tenía debido a su obesidad.

- Sí, hoy hay gente, así que el doctor tardará. Siéntese a mi lado y charlaremos mientras tanto – contesté invitándole a tomar asiento mientras deshacía lo tejido para volver a empezar.

- Sí querida, será un placer pero tutéame por favor. Quieren matarnos con estas esperas – respondió acomodándose.

  ¡Qué gracia! ¡Ojalá fuera tan fácil! Su comentario fue curioso y me provocó una sonrisa agridulce. Las condenas de la Muerte son de lo más variadas por lo que matarnos en una sala de espera no sería suficiente para ella. 

     Una de las más sádicas es llegar pero no llevarse el alma, sólo ahogarla poco a poco. Produce una agonía innecesaria pero lo hace. Ella es así de cruel.

  Es el caso de Arturo, una persona que agonizó desde su nacimiento. La Muerte provocó que, al ser parido, el bebé estuviera varios minutos sin oxígeno en el cerebro por la presión de unas caderas que no se ensanchaban. Un alma inocente hasta los cuarenta y tres años cuando la Muerte regresó para llevárselo de una vez. Quizás ella sintió lástima por haber sentido tanta envidia del amor de sus padres y también culpabilidad por haber condenado a un ser que no tuvo nada que ver.


- Sí, las esperas son tediosas por eso nunca salgo sin mis agujas. ¿Quieres un bombón? Son de licor - le ofrecí uno guiñándole un ojo.

- Muy amable. No debería pero adoro los Mon Chery. Son mis favoritos. Lo acepto pero que quede entre nosotras - me susurró sin perder de vista el dulce.

   La alegría que mostró al comerse el bombón me recordó a otra de las condenas más terribles de la Muerte. En ese instante, lo amó. Olvidó su estado de salud y su físico. Se limitó a degustar ese magnífico placer de la vida. 

    Fue sorprendente ver que amaba la vida porque otra condena muy dura de la Muerte es llevarse almas que gozan viviendo. Es un castigo mezquino privar a alguien de su adorada vida pero lo hace. Ella es así de puta.

   Es el caso de Eduardo, esposo y padre amado que tuvo la  mala fortuna de no conocer a su hijo. Fue un galán muy apreciado que encandiló a muchas. Cuando la Muerte se enteró de que él se había enamorado de una mortal pura, no dudo en llevárselo y someterlo a sufrimientos manteniendo eternamente su juventud. Quizás ella no soportó no poder ofrecerle las delicias de una mortal y por eso lo mantiene cautivo al otro lado.

- Ya sale la enfermera, ¡por fin! Es tu turno - me dijo.

- No es mi turno. No vine a consulta. Paso aquí las tardes tejiendo. Entre y si quiere la espero y nos vamos juntas. Somos las últimas. Por cierto, mi nombre es Soledad - le sorprendí aliviándole de no tener que estar más tiempo allí.

- Llámame DorisPues sí. Si no es molestia, espérame y te invito a un chocolate cuando salga. - dijo agradecida entrando con la enfermera.

    ¿Cuándo alguien hará algo así por mí? Otra de las peores condenas de la Muerte es la vida eterna.

     Al principio sentía remordimientos pero ha pasado tanto tiempo que ya no me importa. Intenté suicidarme en multitud de ocasiones pero ella, rencorosa, nunca vino a por mí. Los años me han hecho sabia y siempre salgo preparada. El doctor Palmieri es un hombre muy atractivo y simpático de mediana edad y por eso atrae a señoras como Doris. Las víctimas suelen ser mujeres obesas desatendidas por sus maridos porque buscan el placer en la comida. Son menos rápidas y menos ágiles. Los Mon Cheri son caros pero facilitan el infarto y que no estén demasiado tiempo defendiéndose. Además la Muerte adora las almas que viven al límite por eso mueren antes las personas que practican deportes extremos y, sobretodo, las que tienen sobrepeso. Lo mejor del día es que Doris y yo tomaremos chocolate que adelantará mi cita con la Muerte. 
   
     ¡Ojalá sea hoy el día! Espero que sea la última vez que tenga que hacer esto para suplicarle que me lleve con mi hijo y con mi esposo. Intentaré empatizar con ella argumentándole que comprendo su condena y que entiendo que es la mayor. Soy ya demasiado vieja y, sin embargo, no muero. Fui amante, esposa y madre y ella lo envidia porque está condenada a vagar eternamente deseando cada instante estar viva. Es así de triste la Muerte.