lunes, 5 de junio de 2017

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lunes, 22 de mayo de 2017

Mortales palabras inmortales

Son espadas las palabras 
que se dicen para herir.
Sus hojas son afiladas
y desangran lentamente
en las guerras y en amores
que se muere hasta la vida
por las flores
que algún día
no estuvieron tan marchitas
y no son para decorar
tristes y podridas tumbas 
de los que aunque ahora muertos
aún están caminando en vida


jueves, 10 de marzo de 2016

Para nunca más volver

- Quiero llevarte conmigo al lugar donde habitan las hadas, quiero creer que existe y allí seremos niños para siempre. Ya no tendría que venir a hurtadillas en la noche al bosque para verte, tampoco iría a la ciudad a ese estúpido colegio ni tendría que volver a ver al tío Luke. ¡Sí! ¡Seguro que existe! Cazaremos dragones y acabaremos con todas las brujas. Tendremos un sinfín de aventuras maravillosas. Tú podrías ser una hermosa sirena y nadar libre en el mar. Yo, un gran mago o, quizá, un temido pirata que acabará siendo encantado por tu dulce voz - susurraba dibujando con su navaja un corazón en el árbol.

Ella le miró asustada. Con sumo cuidado le arrebató el arma y huyó entre la maleza. Él la siguió - ¿dónde vas? Pero, ¿qué te ocurre?

- ¡Yo no soy una sirena! - gritó la niña deteniéndose y enfrentándole.

- Cuando estemos allí podrás ser lo que tú desees - replicó el niño extendiéndole la mano.

- ¡Jamás vendrás conmigo! - contestó ella desplegando dos brillantes alas en su espalda - allí no queremos humanos tontos que lo destrozan todo - y se fue volando para nunca más volver.



viernes, 12 de junio de 2015

7814


- Disculpe, ¿qué hora tiene, señorita? - me preguntó temeroso por mi probable reacción de espanto.

Su rostro reflejaba con claridad el imperdonable paso del tiempo. La melancolía en cada una de sus arrugas era evidente a simple vista y su aspecto era atroz. No era más que un mendigo. Fue su mirada limpia la que me eclipsó, una mirada que detenía el tiempo. Detrás de toda esa fachada cargada de, tal vez, malos recuerdos y una gran cantidad de mugre; había un fondo de paz, un alma pura.

El agua sacudía con fuerza los cristales frontales del autobús. El chófer permanecía inconsciente o muerto sobre el volante. La gente gritaba histérica y todo se volvió un infierno. Justo cuando iba a rendirme, a morir asfixiada entre el resto de personas que se atrincheraban en la parte trasera mientras el agua comenzaba a anegar en segundos todo; él me tomó por el brazo, rompió uno de los cristales laterales y me empujó fuera del vehículo. Él intentó salir tras de mí pero la apertura era muy angosta y fue imposible.

Fui, desgraciadamente, la única superviviente de ese trágico accidente. Han pasado muchos años y no he dejado de pensar en su mirada de resignación a través de esa pequeña apertura del cristal mientras era engullido por el lago. Se convirtió en una obsesión. Si tan solo hubiera podido responderle a su pregunta o decirle sin más – estoy aquí, no estás solo -. Sólo hubieran sido suficientes unos segundos más, unos pocos segundos más.

Hice la prueba número 7814 de mi máquina del tiempo. Fueron tantas que el pesimismo me acompañaba sin remedio, no pensé que sería la definitiva.

El viaje fue extraño pero directo y perfecto, según lo planeado. Llegué a la última parada y escondí la máquina entre la maleza. Como era de esperar, el autobús paró. Vi al chófer, me sonrió. Pagué mi boleto y no me alejé de él para evitar que se durmiera. Giré levemente el rostro y le vi. Enjuto, melancólico, justo detrás de mí mirando a través del cristal. También estaba yo, distraída como siempre estaba antes.

En el instante que rebasamos la entrada del puente escuché su voz. ¡Cuántas noches de insomnio había recordado aquel seco timbre y cuántas veces había deseado escuchar de nuevo su pregunta para regalarle mi respuesta!

- Disculpe, ¿qué hora tiene, señorita? - preguntó a mi yo pasado, temeroso.

Me distraje un momento, sin querer, con el recuerdo pasado que me trajo su voz. Regresé a la realidad y miré al conductor. Ya estaba casi dormido. Le grité y tomé el volante para evitar el choque. Logré salvar la caída al lago aunque tuve que dar varias sacudidas que tumbaron el autobús en el asfalto.

Perdí la consciencia unos minutos. Desperté por los quejidos de la gente atrapada entre los asientos. Alguien lloraba.

Otra voz entrecortada se mezclaba en el ambiente – estoy aquí, no estás sola.

El llanto cesó y al girarme le pude ver abrazando a mi yo pasado e intentando detener la hemorragia que me había provocado un cristal roto de una de las ventanas laterales, pero sin éxito. Fui, afortunadamente, la única víctima de ese trágico accidente.



miércoles, 27 de mayo de 2015

Jericó

Desgastados los pies de estar quietos
que no saben ya dejar huella
quieren despegarse del suelo
y sentir que vuelan.

No me acompañó la canción
y me quedé cantando a capela
desafiné en cada nota
y me rompí hasta las cuerdas.

Esta tonta caída eterna
sólo quiero hacerla volando
y no ver el suelo de frente
ni que me acompañe el llanto.

Pienso mirar a las nubes
y en el vaivén de un silbido
caer como pluma mecida
sin pensar en destinos.

Y no habrá canciones
y no habrá poetas
tan sólo el sonido
de vientos y piedras.
Y no habrá pasado
y no habrá ni olvido
ni habrá esta canción
que el aire se lleva.

De Jericó hubo una rosa
que esquivaba los charcos
porque prefería estar seca.


martes, 19 de mayo de 2015

Lujuriosa cereza

- Muérdeme los labios y dime a qué te saben - susurró desnuda pasándose unas cerezas por la boca y chupándolas con lascivia.

Él se acercó, tomándola por la cintura, y de un mordisco se los arrancó dejando a la vista toda su mandíbula. Después sacó un pañuelo y le limpió con ternura la sangre que le brotaba por la barbilla.

Ella, sin tan siquiera intentar hablar, le observaba excitada masticarlos.

Él se los tragó y dijo - Supongo que así saben los labios del vecino pero sé que no volverá a ocurrir, ¿verdad, mi amor? -.