viernes, 8 de agosto de 2014

El hombre que, con una manzana, robaba besos a las cabras.

    Existe una tradición muy peculiar que consiste en hacer bailar a los caballos. Comienza la música y con señales acústicas en forma de silbido procedentes de un ser humano, el caballo comienza a dar saltos al compás de la melodía. Suena bonito, ¿verdad? Pues no lo es. Cuando entiendes y comprendes el proceso para que un animal haga algo tan antinatural para él como es bailar, no resulta tan divertido.


    El problema de que mucha gente continúe haciendo daño a los animales es porque nadie ha logrado cambiar la percepción de los abusadores y de aquellos que lo ven y permanecen impasibles. Podrán imponer penas pero cuando paguen su sanción o salgan de prisión, volverán a maltratar a los animales porque en la mayor parte de los casos es por ánimo de lucro. Hay muchos ejemplos: la tauromaquia, peleas de perros, peleas de gallos, contrabando, la persistente necesidad de tener animales salvajes en un domicilio por parte de verdaderos idiotas que enriquece a quien los vende,....


    Hay personas que no parecen personas porque su humanidad es exageradamente mayor que la del resto pero, sin embargo, parece que carecen de ella. Se pueden mezclar con todo tipo de personas porque pueden parecer inhumanos y también, las personas más maravillosas del mundo. Son los encantadores. ¿Por qué encantadores? Porque todo lo encantan. Viven en simbiosis con el universo completo. Siempre hallan el equilibrio en todo. No se dan a conocer teniendo ese tremendo don por eso casi nadie sabe de ellos. Yo una vez descubrí a uno.


    Hablar mediante silbidos es un arte. Muy pocas culturas pueden hacerlo y fue resultado de lo lejos que se encontraban las casas en las aldeas. Para pedir cualquier cosa a sus vecinos los gritos eran algo molestos y es por lo que empezaron a silbarse. Con el tiempo, cualquier palabra o frase iba adquiriendo su traducción en silbidos.


    El encantador vivía con este pueblo. Era inteligente y por eso era uno de sus mejores silbadores. Era respetado pero a la vez, invisible. Nadie conocía su origen. Él aparecía entre los árboles y por el mismo lugar se marchaba.


    La primera vez que lo vi me resultó gracioso. Estaba apoyado en la valla de un camino que impedía que se escaparan las cabras de un pastor. Llevaba un palo enorme y un sombrero de paja. Nos cruzamos en el camino y me miró de reojo. Miré al suelo y a los pocos segundos me volteé por curiosidad. Me quedé perpleja mirándole. Se puso una manzana en la boca, se subió a la valla y se inclinó hacia adelante. Inmediatamente, una de las cabras fijó la mirada en él y se lanzó a sus labios como si de una historia de amor se tratara. Era obvio que la motivación era la manzana pero aun así fue muy divertido y estallé en una carcajada. Me dí la vuelta y continúe mi camino. El Encantador me siguió por dentro de la valla durante unos pocos pasos. Volví la mirada y comprobé que la cabra lo seguía como hipnotizada.


    Maestro era un hombre mayor que se encargaba de entrenar a Andares, el caballo más elegante que he visto en mi vida. Su piel tenía el mismo brillo que la luna y hacía que se viera plateado como si en algún momento fuera a batir sus alas y a emprender el vuelo. Todo a juego con su crin que comenzaba grisácea hasta llegar al blanco nuclear. Un ejemplar maravilloso.


    Me senté sobre la hierba bajo la sombra de un durazno. De frente vi tres troncos clavados en el suelo formando un triángulo. Allí llevaron a Andares y le ataron al bocado las tres sogas que lo sujetaban a los tres palos. Maestro se colocó en uno de los laterales traseros de la bestia con una vara. Otro hombre hizo lo mismo por el otro lado. Comenzaron a vocear y a silbar mientras daban varazos en la patas del caballo. Me sobresaltaba con cada golpe. Fue espantoso. No me atreví a intervenir y evitar la salvajada que estaban haciendo. No tuve valor. Sólo miraba hacia otro lado o cerraba los ojos.


    Cuando acabó la paliza el Encantador apareció entre los árboles. Andares estaba completamente sudado y posiblemente muerto de sed así que lo llevaron cerca del abrevadero para bañarlo. Me ofrecieron hacerlo y me acerqué por el sentimiento de culpabilidad de no haber impedido tremendo abuso. Le froté la piel notando los calambres que aún le daban y le enjaboné la crin. Me acerqué a su rostro y lo miré a los ojos. Él desvió su mirada y me dio a entender su odio hacia mí por no haberlo ayudado. Me sentí la persona más malvada del mundo.


    El encantador se acercó con un saquito de azúcar. Se echó un poco en la mano y llamó a Andares: ¡Oh! ¡Andares! Tranquilo Andares.-


    El caballo se le acercó y lo miró. Fue el único destello brillante que vi en su mirada ese día. Creo que con el Encantador se sintió, al menos por unos minutos, a salvo y feliz.


    Pasaron los días y no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. Seguía sintiéndome mal por no haber hecho nada para ayudar a Andares. Me invitaron a ir a una lunada y me pareció muy buena idea porque llevaba noches sin dormir y necesitaba evadirme de aquel horrible sentimiento de culpabilidad.


    Compramos la comida y la bebida, cargamos nuestras mochilas y nos reunimos para concretar un lugar adecuado. Apareció de pronto el Encantador que se sumó a la excursión. Recomendó subir a un cerro desde el cual íbamos a poder ver una noche preciosa. Nos pareció bien a todos y comenzamos la ruta.


    Llegamos a lo alto del cerro y empezamos a preparar el fuego y la comida. Mientras cenábamos, observamos el cielo. Estaba completamente estrellado. Se distinguía a la perfección cada una de las constelaciones. Era maravilloso y una gran evasión de lo que en los últimos días había inundado mi mente. De vez en cuando se dejaba caer alguna estrella fugaz. Fue muy curioso que convergieran cerca de Pegaso que me devolvió mi terrible sentimiento.


    El encantador puso sus brazos sobre su cabeza simulando estar atado. Comenzó a levantar sus piernas imitando el baile que obligaban a hacer a Andares mientras silbaba y voceaba. Nos preguntó: ¿Qué sentirá Andares cuando le obligan a hacer esto?.-


    Todos los que allí estábamos nos quedamos en silencio. Algunos miraban al suelo y otros, a su alrededor pensativos. Nuestros rostros tornaron a un aspecto más triste y reflexivo. Nos cambió la percepción esa imagen y esa pregunta. El Encantador comenzó a silbar mientras miraba el fuego. Lo miré y me devolvió la mirada. Me sonrió y me guiñó un ojo. Fue justo ahí cuando entendí que iba a recordar siempre aquellos varazos sobre el cuerpo de Andares, aquellos calambres mientras lo bañaba y aquel desvío de su mirada cargada de odio hacia mí.


    El juez que reafirmó mi condena pero a la vez aseguró que no hubiera reincidencia, ese es el Encantador.

2 comentarios:

  1. Bueno, te comento éste y ya te dejo de atoxigar. Siempre me gusta irme al primer post y compararlo con el último, siempre hay una evolución, un cambio... En tu caso es difícil, porque tocas muchos palos con un estilo diferente. Así que me alegro de que no estés encasillada sólo en relatos oscuros y de terror.
    Me ha fascinado este cuento. Supongo que esté ambientado en Canarias, porque sí sé que allí hay una zona en la que se comunican a base de silbidos (pero puede que en América haya alguna zona también). Me ha gustado porque, al final, el hombre que más alejado está de la sociedad y parece más salvaje es el más humano. Supongo que nos das una lección y nos haces ver que "humano", paradójicamente, no está opuesto a "animal".
    Te seguiré leyendo con gusto.
    Biquiños, Ana.

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    1. No me atoxigas!!! Me sorprende que te tomes tantas molestias. Vivo en México y donde estoy se comunican así. Tiene datos de verdad este relato. Amo los animales y aunque suene raro o difícil, mucho más que a los humanos. Me ha gustado eso de biquiños así que biquiños pa´ ti también. Muchísimas gracias, eres muy amable

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