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jueves, 10 de marzo de 2016

Para nunca más volver

- Quiero llevarte conmigo al lugar donde habitan las hadas, quiero creer que existe y allí seremos niños para siempre. Ya no tendría que venir a hurtadillas en la noche al bosque para verte, tampoco iría a la ciudad a ese estúpido colegio ni tendría que volver a ver al tío Luke. ¡Sí! ¡Seguro que existe! Cazaremos dragones y acabaremos con todas las brujas. Tendremos un sinfín de aventuras maravillosas. Tú podrías ser una hermosa sirena y nadar libre en el mar. Yo, un gran mago o, quizá, un temido pirata que acabará siendo encantado por tu dulce voz - susurraba dibujando con su navaja un corazón en el árbol.

Ella le miró asustada. Con sumo cuidado le arrebató el arma y huyó entre la maleza. Él la siguió - ¿dónde vas? Pero, ¿qué te ocurre?

- ¡Yo no soy una sirena! - gritó la niña deteniéndose y enfrentándole.

- Cuando estemos allí podrás ser lo que tú desees - replicó el niño extendiéndole la mano.

- ¡Jamás vendrás conmigo! - contestó ella desplegando dos brillantes alas en su espalda - allí no queremos humanos tontos que lo destrozan todo - y se fue volando para nunca más volver.



viernes, 1 de mayo de 2015

Sueños en papel mojado

 No hay calma si no hay llanto
y no hay llanto si no hay pena.

Vienen promesas gritando,
dejando ver su insolvencia,
junto con futuros pasados
tropezando en mismas piedras.

De papel nos queda un barco
escrito con una promesa
y confiamos ciegamente
no lo arrastre la tormenta.

Se acuestan las criaturas
soñando con días nuevos
pero cuando abren los ojos
ven nubes cubriendo el cielo.

Y mueren al amanecer los sueños
en esta tempestad que no cesa
porque es siempre lo prometido duda
y será siempre lo prometido deuda,
porque no hay pena que valga tanto
ni habrá tanto que valga la pena.



sábado, 25 de abril de 2015

Tiempos de burbujas


Con cada errada puntada
de esta triste aguja sin hilo
cada vez me doy más cuenta
que no debo coser burbujas
que guardan tiempos perdidos.





sábado, 18 de abril de 2015

Algún día


   Apoyada sobre la pala miraba asombrada la poca porción de cielo que podía observar desde aquel agujero rojo como un infierno. El sol casi estaba en su cenit y no aguantaría mucho más. Estaba empapada en sudor y su cantimplora apenas tenía agua para poder continuar cavando tres o cuatro horas más.

- ¿Qué miras, Milly? - le preguntó su hermano pequeño desde arriba deslizando una cuerda con un panecillo dentro de su pequeño sombrero tejano. 

- El cielo, Charlie. Es lo único que hay hermoso aquí. ¿Sabes qué? Algún día estará lleno de cohetes surcándolo en una y otra dirección, de un planeta a otro. No importará que tan lejos esté el destino. Los grandes trayectos los harán en cápsulas de hibernación porque un ser humano no puede viajar distancias tan largas, moriría sin haber salido del Sistema Solar. Tal vez tú y yo podamos ir a un planeta fértil que tenga océanos, montañas, ríos y lagos como la Tierra antes de contaminarse. Allí seremos libres y jamás tendremos que volver a cavar – soñaba en voz alta muy sofocada. 

   Merendó y bebió un pequeño trago de la cantimplora. Luego, la colocó en el sombrero para que su hermano la izara y bebiera lo que quedaba. Tomó una bocanada del polvoriento aire y retomó su excavación con las fuerzas que pudo concentrar. 

- ¡Vamos, hermana! Sé que tú puedes. Si lo consigues podremos ir de vacaciones en esos cohetes que dices. Yo no hibernaré y así, cuando despiertes, seré mayor que tú y me tocará a mí cuidar de ti – animaba el niño completamente ilusionado con la idea de viajar por el espacio. 

- Sí, Charlie. Construiré un cohete de lujo con el dinero y juntos nos iremos a través de las estrellas a buscar nuestro paraíso, tal como mamá y papá hubieran querido para nosotros – dijo sin apenas aliento. 

   Tras varios minutos haciendo un esfuerzo sobrehumano, clavó la pala en la tierra. Exhausta, recargó su cuerpo sobre el mango y cerró los ojos. 

- Milly, ¿estás bien? - preguntó Charlie obteniendo sólo silencio. - ¿Milly? ¡Contéstame, por favor! ¡Milly! – gritaba asustado. 

   Una lágrima asomó entre las pestañas de la joven, se desprendió con suavidad y cayó verticalmente produciendo una honda en aquel charco que comenzó a cubrir sus destrozadas botas camperas. Reaccionó de pronto, completamente histérica, lanzando su sombrero al aire - !Yija! ¡Encontré agua! Tenemos un maldito pozo en esta estúpida tierra, Charlie. ¡Somos ricos! -. 

- ¡Qué me aspen, Milly! ¡Eres la mejor, hermana! Vamos a celebrarlo. Comámonos todos los frijoles de lata y asemos esta noche malvaviscos – dijo llorando de felicidad el pequeño. 

- Tengo una idea mejor, Charlie. Ve a por las latas y los malvaviscos. Yo iré al pueblo a cambiar algo de agua por combustible. Luego arrancaremos el viejo cohete y pasaremos la noche en Deimos porque estoy harta de esta maldita tierra marciana – dijo mientras salía empapada del pozo a causa de la gran cantidad de agua que ya brotaba como un géiser.

 



martes, 3 de febrero de 2015

viernes, 16 de enero de 2015

El lamento de una piedra


Quise romper la mañana a pedradas
pero fue muy tarde y rompió a llover.
Tu nombre ululaba reclamado por rendijas
y, con las mismas piedras, las tapé.

¡Quién fuera simple mortal en tu mundo
para gozar a diario de tu ingrata sonrisa!
¡Quién fuera tu sueño en las noches
para aliviar las pesadillas que te acosan!

Quise desnudarme en tus lamentos
pero fue tu caricia entorpecida y basta
la que envistió a mi locura desatada
y, con los mismos llantos, la calmé.

¡Quién fuera simples llaves perdidas
para ser rebuscada por los rincones!
¡Quién fuera pensamiento que aturde
para disolverme dejándote libre!

Quise decirte ¡joder, que te quiero!
¡No te vayas! ¡Quédate aquí conmigo!
Y a mi lado descansa tranquilo 
olvidando cualquier pena.

Quise decírtelo porque por ti, 
solamente por ti, vivo
pero por ti también 
estoy lentamente muriendo.



domingo, 7 de diciembre de 2014

Sueño helado


Devuélveme olvido el deseo
de una mirada inocente
que sólo persigue sueños
entre los copos de nieve.

¡Detente tiempo perverso!
Detente tan solo un momento
y calma el temperamento
que ya encontré tu noción.

Mira esa estrella de hielo
bailando por la ventisca
dibujando bajo abetos
los presentes ya fugaces.

Miraba detrás de la puerta
escondida sin resuello
esperando la sorpresa
y temblando de emoción.

Discúlpame tiempo de nuevo
por perderla sin cesar
pero es que al caer la escarcha
me trajo olvido un recuerdo,
que mucho se lo agradezco,
de una niña tras la puerta
que soñando con el hielo 
no quería despertar.




jueves, 27 de noviembre de 2014

Mundos

- Crearé un mundo mágico exclusivamente para ti, a tu medida. Levantaré montañas, llenaré los desérticos valles de aguas cristalinas y en el cielo colocaré a puro mimo cada estrella a tu antojo. Mi piel quedará estampada en cada hueco, en cada forma, sólo por verte feliz. Me cortaré las alas y lo haré porque eres tú mi destino. La única frontera que me queda por rebasar es tu pensamiento. Tus decisiones y deseos deben ser únicamente convertirte en la Diosa de mi mundo. Te concederé la inmortalidad y eternamente estaremos juntos – suplicó el hombre alado de rodillas frente a mí.

                El paraíso compartido con más seres tiene amplias posibilidades de convertirse en un infierno pero, por la misma razón, no sería un edén si no existiera más que uno.

                Los excéntricos deseos de los dioses sobrepasaban la realidad. Nuestra condena, la humana, es vivir con el miedo de que llegue la muerte pero es esa razón la que envidiaban los dioses.

                La duda se presentó en forma de colibrí revoloteando de una a otra idea. Mi cabeza quería estallar. Por una parte, sería omnipotente y manejaría todo a mi capricho, incluso por encima de él. Por otra, yo le amaba y él a mí no pues su intención era disolver mi libre albedrío.

                Quizás fue mi conciencia la que me recordó que los mundos de los dioses, por muy mágicos que sean, son avernos de sufrimiento y dolor para los mortales.

                Tomé mi decisión.

- Te deseo y me halagas con tu propuesta. No puedes atrapar mi pensamiento que tanto deseas porque sería como atrapar a un colibrí, tarde o temprano moriría y ya no podrías admirarlo porque dejaría de existir. Aun así  me convertiré en tu Diosa pero sólo si dejas este mundo tal y como es. No más mundos mágicos y estaremos eternamente juntos – contesté ofreciéndole una daga para que cortara sus alas.

- Sí mi amor. Lo que sea por estar para siempre juntos – dijo desgarrando sus apéndices y convirtiéndome en un ser de luz divina.


                El colibrí revoloteo por última vez y se posó sobre mí. Noté el poder en mi cuerpo. Le miré fijamente a los ojos. Derramé una lágrima que ya no era de amor y antes de corromperme, con mi inmenso poder, convertí a todos los dioses en mortales mientras le susurré – Te estoy concediendo la posibilidad de amar. Ahora sí podremos estar juntos para siempre, para siempre que nos dure el pensamiento –. 


miércoles, 22 de octubre de 2014

El perro de Orión

- Me cuesta acostumbrarme a estos amaneceres – comentó con la mirada perdida en el horizonte.

- Comprendo Dog pero estoy seguro que podrás hacerlo. Respira profundamente y notarás el olor de la pasiflora. Aquí todo lo envuelve – contesté intentando que se encontrara más cómodo.

                Dog tenía una mirada en la que se podía confiar. Unos ojos limpios, expresivos y muy leales. En un primer contacto, ambos mostramos asombro al ver la rapidez con la que nos entendimos. Ninguno de los dos sentimos miedo en aquel momento por eso fuimos inseparables.

Pocos fueron los datos que reveló acerca de su extraño mundo pero se veía el sufrimiento en su mirada. Hablaba de todo lo que quedó destruido y que pocos fueron los que pudieron huir. Fue quizás el único superviviente de su especie y eso le atormentaba. Fueron muchos los días que intentó establecer contacto sin respuesta. Al final se adaptó y desistió dando a su mundo por extinto. El resto nos adaptamos a él e intentamos durante su corta vida que no se sintiera tan solo.

Recuerdo con cariño aquella mañana que le saqué a pasear y me dijo, tal vez mintiera, aquello sobre su vida pasada.

- Es muy cálido el abrazo de esta enredadera. ¿Puedo decirte algo? – me preguntó.

- Claro Dog. Puedes decirme lo que quieras. Somos ya buenos amigos – le dije.


- A esa estrella la llamábamos Sirio, la más brillante. Es curioso que en mi planeta también recibía el nombre de “la estrella perro”, Alfa de Canis Majoris. A veces pienso que esto es un sueño del que no quiero despertar porque de donde vengo, sería impensable poder hablar con un perro. Pero me alegro, sea o no sueño, de haberte conocido Orión – mencionó con una sonrisa.


lunes, 1 de septiembre de 2014

El escalofrío inhumano


  Me arrodillé sobre la roca resbaladiza acercando mis manos al río a ciegas y con cuidado. El frío era espantoso y por eso, la temperatura del agua, amorataba mis manos pero aun así conseguí lavarme la cara y los brazos.

  Me dolía inhumanamente cada centímetro del cuerpo pero me desnudé, tiritando, y metí mi vestido para enjuagarlo. Los rayos de luna atravesaron las nubes descubriendo en mis ropas mucha sangre. Llorando se la fui quitando y también los pelos hasta dejarlo casi blanco. Me lo apreté hacia el pecho cuando vi que estaba rasgado.

  Grité asustada y harta en medio de ese claro del bosque. Estaba desorientada y abatida. Me abracé a mis rodillas porque no encontré consuelo.

  El cielo se despejó y la luna llena iluminó toda la tierra. Levanté la mirada hacia ella agradeciéndola el consuelo. Fue entonces cuando escuché los ruidos de los animales. Me sobrecogieron y me pusieron en un estado de nerviosismo. Me incorporé buscando la dirección por donde venía el sonido.

  Miré en el agua mi reflejo, mi desolador aspecto. Vi mi transformación y entendí que aullando encontraría a la manada.



sábado, 16 de agosto de 2014

Panorámica


     Cuando llegó a lo alto sólo pudo mirar a su alrededor. Echó incluso la vista atrás. Miró hacia bambalinas viendo todo a lo que había renunciado, a todo el sufrimiento pero inmediatamente miró a la sala y ahí vio su recompensa. Una de las mayores de su vida.


     Estaba sobre el escenario más majestuoso jamás conocido donde muy pocos han podido llegar. La iluminación de la candileja era el atardecer más Jermoso que había visto nunca. Tomó a pequeños tragos oxígeno intentando recuperar el aliento. Acababa de interpretar, hasta la fecha, una de las más grandes obras de su carrera. Uno de sus mayores ascensos. Con esa obra enfrentó sus más terribles temores y también aprendió a amar y a olvidar el odio de todo lo que en su camino se cruzó.

     
    La orquesta le dedicó un concierto por su increíble representación, el susurro del viento silbando entre cada una de las rocas con la percusión de los más pequeños hierbajos chocando entre sí. Respiró profundamente dejándose envolver por aquel maravilloso sonido.


     Se acercó lentamente al proscenio para poder sentir la inmensidad del momento mientras cerraba sus ojos. Notó, por unos instantes, la inmortalidad.


    Ya en el borde abrió de nuevo los ojos para ver a su imponente público y gozar de sus aplausos en forma de canto de chovas piquigualdas. Como todo buen artista, dedicó una reverencia hacia los palcos donde se hallaba su público más destacado como eran Doña Peña Santa de Castilla al frente o a Don Friero a su izquierda. También se permitió el lujo de lanzarle unos besos a Doña Palanca porque sabía que la conquistaría a la mañana siguiente aunque lo mirara receloso Don Torre del Llambrión.


     Después del gesto de aprobación de los más importantes de la sala dirigió su mirada a la platea. Les dedicó igualmente una reverencia y saludó, con especial cariño, a los que se había encontrado en su increíble camino y con los que había hecho una gran amistad como Pablo con su delantal. Incluso se quitó el sombrero cuando vio en el gallinero a su amigo Rupicapra.


     Las luces de las candilejas se fueron apagando poco a poco y el telón, ese inmenso mar de nubes, fue cerrando la preciada estampa.


     Pasaron los años y el virtuoso artista representó obras excepcionales en teatros muy reconocidos internacionalmente. Siguió maravillándose con sus estupendos públicos pero algo en su interior le hacía siempre recordar que donde dejo el corazón fue siempre en el Macizo Central.


     Acudió de nuevo al Teatro de la 20 con la 64 por la calle de Asotín para recuperarlo. Cuando pisó el escenario de feldespato, cuarzo y mica; miró impactado a la sala. Todo su público estaba allí reunido para ovacionarle. Sintió una presión en su pecho al verlos a todos de nuevo. Lloró de felicidad. Fueron tantas sus lágrimas que fue esta vez Doña Palanca la que lo quiso besar y fue justo ahí cuando se dio cuenta, como muchos de nosotros, que cuando ese tremendo Collado te deja conquistarlo, el corazón le regalas como moneda de cambio.


viernes, 8 de agosto de 2014

El hombre que, con una manzana, robaba besos a las cabras.

    Existe una tradición muy peculiar que consiste en hacer bailar a los caballos. Comienza la música y con señales acústicas en forma de silbido procedentes de un ser humano, el caballo comienza a dar saltos al compás de la melodía. Suena bonito, ¿verdad? Pues no lo es. Cuando entiendes y comprendes el proceso para que un animal haga algo tan antinatural para él como es bailar, no resulta tan divertido.


    El problema de que mucha gente continúe haciendo daño a los animales es porque nadie ha logrado cambiar la percepción de los abusadores y de aquellos que lo ven y permanecen impasibles. Podrán imponer penas pero cuando paguen su sanción o salgan de prisión, volverán a maltratar a los animales porque en la mayor parte de los casos es por ánimo de lucro. Hay muchos ejemplos: la tauromaquia, peleas de perros, peleas de gallos, contrabando, la persistente necesidad de tener animales salvajes en un domicilio por parte de verdaderos idiotas que enriquece a quien los vende,....


    Hay personas que no parecen personas porque su humanidad es exageradamente mayor que la del resto pero, sin embargo, parece que carecen de ella. Se pueden mezclar con todo tipo de personas porque pueden parecer inhumanos y también, las personas más maravillosas del mundo. Son los encantadores. ¿Por qué encantadores? Porque todo lo encantan. Viven en simbiosis con el universo completo. Siempre hallan el equilibrio en todo. No se dan a conocer teniendo ese tremendo don por eso casi nadie sabe de ellos. Yo una vez descubrí a uno.


    Hablar mediante silbidos es un arte. Muy pocas culturas pueden hacerlo y fue resultado de lo lejos que se encontraban las casas en las aldeas. Para pedir cualquier cosa a sus vecinos los gritos eran algo molestos y es por lo que empezaron a silbarse. Con el tiempo, cualquier palabra o frase iba adquiriendo su traducción en silbidos.


    El encantador vivía con este pueblo. Era inteligente y por eso era uno de sus mejores silbadores. Era respetado pero a la vez, invisible. Nadie conocía su origen. Él aparecía entre los árboles y por el mismo lugar se marchaba.


    La primera vez que lo vi me resultó gracioso. Estaba apoyado en la valla de un camino que impedía que se escaparan las cabras de un pastor. Llevaba un palo enorme y un sombrero de paja. Nos cruzamos en el camino y me miró de reojo. Miré al suelo y a los pocos segundos me volteé por curiosidad. Me quedé perpleja mirándole. Se puso una manzana en la boca, se subió a la valla y se inclinó hacia adelante. Inmediatamente, una de las cabras fijó la mirada en él y se lanzó a sus labios como si de una historia de amor se tratara. Era obvio que la motivación era la manzana pero aun así fue muy divertido y estallé en una carcajada. Me dí la vuelta y continúe mi camino. El Encantador me siguió por dentro de la valla durante unos pocos pasos. Volví la mirada y comprobé que la cabra lo seguía como hipnotizada.


    Maestro era un hombre mayor que se encargaba de entrenar a Andares, el caballo más elegante que he visto en mi vida. Su piel tenía el mismo brillo que la luna y hacía que se viera plateado como si en algún momento fuera a batir sus alas y a emprender el vuelo. Todo a juego con su crin que comenzaba grisácea hasta llegar al blanco nuclear. Un ejemplar maravilloso.


    Me senté sobre la hierba bajo la sombra de un durazno. De frente vi tres troncos clavados en el suelo formando un triángulo. Allí llevaron a Andares y le ataron al bocado las tres sogas que lo sujetaban a los tres palos. Maestro se colocó en uno de los laterales traseros de la bestia con una vara. Otro hombre hizo lo mismo por el otro lado. Comenzaron a vocear y a silbar mientras daban varazos en la patas del caballo. Me sobresaltaba con cada golpe. Fue espantoso. No me atreví a intervenir y evitar la salvajada que estaban haciendo. No tuve valor. Sólo miraba hacia otro lado o cerraba los ojos.


    Cuando acabó la paliza el Encantador apareció entre los árboles. Andares estaba completamente sudado y posiblemente muerto de sed así que lo llevaron cerca del abrevadero para bañarlo. Me ofrecieron hacerlo y me acerqué por el sentimiento de culpabilidad de no haber impedido tremendo abuso. Le froté la piel notando los calambres que aún le daban y le enjaboné la crin. Me acerqué a su rostro y lo miré a los ojos. Él desvió su mirada y me dio a entender su odio hacia mí por no haberlo ayudado. Me sentí la persona más malvada del mundo.


    El encantador se acercó con un saquito de azúcar. Se echó un poco en la mano y llamó a Andares: ¡Oh! ¡Andares! Tranquilo Andares.-


    El caballo se le acercó y lo miró. Fue el único destello brillante que vi en su mirada ese día. Creo que con el Encantador se sintió, al menos por unos minutos, a salvo y feliz.


    Pasaron los días y no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. Seguía sintiéndome mal por no haber hecho nada para ayudar a Andares. Me invitaron a ir a una lunada y me pareció muy buena idea porque llevaba noches sin dormir y necesitaba evadirme de aquel horrible sentimiento de culpabilidad.


    Compramos la comida y la bebida, cargamos nuestras mochilas y nos reunimos para concretar un lugar adecuado. Apareció de pronto el Encantador que se sumó a la excursión. Recomendó subir a un cerro desde el cual íbamos a poder ver una noche preciosa. Nos pareció bien a todos y comenzamos la ruta.


    Llegamos a lo alto del cerro y empezamos a preparar el fuego y la comida. Mientras cenábamos, observamos el cielo. Estaba completamente estrellado. Se distinguía a la perfección cada una de las constelaciones. Era maravilloso y una gran evasión de lo que en los últimos días había inundado mi mente. De vez en cuando se dejaba caer alguna estrella fugaz. Fue muy curioso que convergieran cerca de Pegaso que me devolvió mi terrible sentimiento.


    El encantador puso sus brazos sobre su cabeza simulando estar atado. Comenzó a levantar sus piernas imitando el baile que obligaban a hacer a Andares mientras silbaba y voceaba. Nos preguntó: ¿Qué sentirá Andares cuando le obligan a hacer esto?.-


    Todos los que allí estábamos nos quedamos en silencio. Algunos miraban al suelo y otros, a su alrededor pensativos. Nuestros rostros tornaron a un aspecto más triste y reflexivo. Nos cambió la percepción esa imagen y esa pregunta. El Encantador comenzó a silbar mientras miraba el fuego. Lo miré y me devolvió la mirada. Me sonrió y me guiñó un ojo. Fue justo ahí cuando entendí que iba a recordar siempre aquellos varazos sobre el cuerpo de Andares, aquellos calambres mientras lo bañaba y aquel desvío de su mirada cargada de odio hacia mí.


    El juez que reafirmó mi condena pero a la vez aseguró que no hubiera reincidencia, ese es el Encantador.